El verdadero origen de
la historia de «Cenicienta y el trovador» se remonta a mi infancia. No recuerdo
con exactitud el año, pero sí que fue poco después de conocer el cuento de
Cenicienta pues me quedó dentro una duda que nadie me solucionaría a lo largo
de los años ¿Por qué el zapato que se le cae a Cenicienta no deja de ser, en el
instante que finaliza el hechizo? Aunque no estuviera en su pie debió de
desaparecer como ocurrió con los demás elementos del hechizo, carroza,
corceles, el vestido o el otro zapato. Siempre me intrigó, precisamente, el
hecho de que debido a aquel incumplimiento del hechizo, la muchacha fuera
encontrada después de aquella noche por el príncipe. Era, como si hubiera
alguien muy poderoso que estuviera por encima de los poderes de una hada y de
sus hechizos, a quién le interesara que dicho zapato continuara en esta
realidad a pesar de haber finalizado el hechizo por el cual se creó.
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Como es natural esta
cuestión quedó relegada pero no por ello olvidada durante muchos años, dado que
a todo adulto que se lo preguntaba nadie me sabía dar una respuesta
satisfactoria. Los años fueron pasando. Mi infancia transcurrió feliz, seguida
de una alborotada adolescencia más feliz si cabe. Alborotada, lo digo por dos
razones, la primera por los lógicos efectos hormonales inherentes a esta
maravillosa época de nuestras vidas. La segunda, en referencia a los
alborotados y mágicos años históricos en los que se desarrolló dicha
adolescencia. Cuando Franco murió, noviembre del 1975, yo tenía 14 años. Vivir
aquella época histórica de mi país como adolescente fue un privilegio.
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Los años fueron
pasando. Me casé, formé un hogar. Y la vida me llevó a una de las etapas más
duras que he vivido: Mi madre sufría Alzheimer. Poco a poco se fue marchitando
su mente. La memoria la fue abandonando sin dolor físico —lo que es de
agradecer— para la enferma pero un amargo dolor sicológico, sobre todo, para
los familiares más directos. Personalmente, me estremecía el hecho de que mi
madre, aparentemente, no me reconociera, no pusiera una sonrisa en su semblante
al verme como siempre había hecho. En la primavera del 2009 tuvo una fuerte
infección que la llevó al hospital. Al cabo de dos semanas le dieron el alta,
tras superar dicha infección que, sin embargo, dio al traste con las pocas
fuerzas que le quedaban. Mi madre a partir de entonces entró en la fase
terminal de esta cruel enfermedad de silencioso desgaste que es el Alzheimer.
Era totalmente dependiente, incluso para las más básicas tareas, aseo personal,
necesidades fisiológicas, nutrición etc, etc.
Se contrató a una
persona para que la atendiera y cuidara durante los días laborales y los fines
de semana nos turnábamos mi hermana y yo para cubrir sus necesidades más básicas:
Darle de comer, cambiar pañales, aseo personal etc, etc.
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Siempre que yo la
cambiaba o aseaba veía en su barriga blanquísima una gran cicatriz que la
abarcaba de lado a lado. Ella seguía con la mirada ausente, perdida, con un
rostro sin gesto. Sin embargo, aquella cicatriz resonaba en mis oídos cada vez que la veía. Aquella cicatriz era la
huella perpetua que me unía a mi madre. La miraba y me sentía orgulloso de mi
madre. Sí, de aquel ser que parecía más un vegetal que un ser humano, era mi madre.
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Os diré el motivo por el
cual me invadía aquella fortaleza interior cada vez que veía la cicatriz:
Por lo visto, mi madre
durante mi embarazo tuvo unas fiebres muy altas. La tuvieron que llevar del
pueblo, Chelva, a la ciudad, Valencia. Allí se determinó que junto al embarazo
había una especie de tumor —Hay que recordar que era 1961 y los medios que
disponía la medicina en España no eran los actuales—. A mi madre antes de
intervenir quirúrgicamente le explicaron el riesgo que conllevaba continuar con
dicho embarazo después de la operación. Todos los médicos le aconsejaban lo
mismo: Era arriesgado continuar con el embarazo, los puntos saltarían a medida
aumentara el volumen del feto. Fue un tira y afloja con el destino. Por lo
visto, había sido un embarazo doble, pero el otro feto falleció dentro y el
riesgo de que aquella especie de bolsa reventara era inminente, lo cual sería la
muerte fulminante de mi madre y mía, por supuesto.
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Ante tanta
incertidumbre por parte de familiares y médicos surgió la voz potente de mi
madre, quien mirando a los ojos del cirujano tomó su brazo con ambas manos e
imploró no con voz suplicante sino con autoridad: “Nadie privará de la vida a
este hijo que ya antes de nacer lucha por vivir. Si he de sufrir hasta parir,
lo haré sin dudar”. El médico se quedó sin habla y la operación se llevó a cabo
con éxito. Esa cicatriz da fe de aquello.
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Durante este año 2009,
en los descansos que se producían después de darle la merienda y asearla, mientras
mi madre dormía plácidamente como una niña, un servidor se iba a la terraza
lleno de sensaciones muy dispares. Colapsado muchas veces por la visión de la
cicatriz. En esos estados de cierta transcendencia a mi mente regresó la
inquietud de mi infancia. La cuestión «Cenicienta». Tal vez parezca extraño
pero así fue. Dentro de mí surgió una necesidad de escribir la continuación de
la Historia de Cenicienta, donde se pudiera resolver la cuestión del zapato,
del destino y de tantas interrogantes que me afloraban en aquellos momentos.
De esta forma cada fin
de semana que iba a casa de mi madre, durante aquellas tardes en la terraza
comencé a crear, a escribir en blogs usados o en servilletas de papel escenas
de lo que sería «Cenicienta y el trovador». Después, al llegar a mi casa,
pasaba al ordenador lo escrito.
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En Febrero del 2010 mi
madre falleció y con ella, la historia de Cenicienta y el trovador quedó
aparcada. Antes algún capitulo lo subí a dos páginas en internet, más que nada
para saber la opinión de otras personas. La verdad es que no me esperaba que
gustara, más bien creía que me dirían que aquello era algo infantil. No lo es,
en absoluto. Mi estado de ánimo tras la muerte física de mi madre no estaba
para soñar, precisamente, o eso creía yo.
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En el verano de 2011
dentro de mí despertó la acuciante necesidad de terminar aquella obra que había
comenzado hacía dos años. Era como si algo me llevara a ello. Y así fue como
comencé de nuevo a recopilar lo que había disperso y a darle forma, de lo que
sería una preciosa historia en la que todos caben por igual. Es una historia donde
la humildad se hace poder y la sencillez, fuerza. El amor verdadero no tiene límites
de ningún tipo, ni el de una madre por un hijo. Los lazos de sangre son fruto
del amor que hubo entre los padres. El amor de verdad es el origen y destino
del universo. Nada hay más poderoso que la fuerza del amor.
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Esta es la pequeña
historia que hay tras la novela. Una historia sencilla, la mía. Creo que
después de haber leído lo anterior, todos comprenderán el motivo por el cual,
«Cenicienta y el trovador. Lo que nunca se contó» es un Libro Solidario con
AFAV Asociación Familiar Alzheimer Valencia por el cual se donará el 10% del
beneficio de su venta y comercialización. Es una gratificante forma de decir: «Gracias Mamá».
JuanVCosín. AZULPLATA
Gente sensible y con calidad humana es lo que necesita esta sociedad. Gente lejos del ego que sólo piensan en best seller para su orgullo personal y económico. Cuando se escribe desde el corazón la magia se convierte en realidad, como el zapato de Cenicienta que no llegó a romper el hechizo manteniéndose tal cual de brillante...
ResponderEliminarEnhorabuena por ese interior, Juanvi...
Gracias por tan bello comentario. Uff Me has emocionado. Un fuerte abrazo Marga
ResponderEliminarConmovida hasta las lágrimas se hasta donde ese amor maternal llegó. Una vez llevas dentro un hijo, no lo dejas y vas hasta las últimas consecuencias.
ResponderEliminarNo se equivocó jamás eres el fruto indiscutible de un gran cultivo de amor. Hermosa historia que leo y traduzco a mi vida por amor a unn hijo. Un abrazo latino.
Muchas gracias Jenny por tus amables palabras.
EliminarUna historia conmovedora AzulPlata, ser agradecido es un don muy valioso,porque los sacrificios de una madre por sus hijos son innumerables...madre solo hay una, yo hecho cada vez más en falta a la mía que ya hace 12 doce años que voló al más allá, ese otro lado, que es paralelo a este. Bravo por esa madre que prefería morir con tal de salvar a su hijo. Me has conmovido querido amigo.
ResponderEliminarUn gran abrazo y mis mejores deseos.
Pili